jueves, 16 de abril de 2020

Trabajo en clase

En mi cole mis alumnos tenían todos los días 90 minutos de Matemáticas y 90 minutos de Lengua, en inglés, claro. Lo que tiene mucho mérito porque todos mis alumnos eran árabes y su lengua materna era el árabe, el inglés lo hablaban en la escuela, con sus nannies y con los pocos extranjeros residentes en Qatar con los que se relacionaran. También lo hablaban cuando viajaban fuera de Qatar, cosa que hacían muy a menudo, prácticamente cada vez que tenían vacaciones.

La clase de Lengua tenía como objetivo primordial el desarrollo de la lectura y la potenciación de la comprensión lectora. Los alumnos los tenía divididos en grupos según su nivel de competencia lectora y cada día yo me reunía con dos o tres grupitos, según me diera tiempo, para leer con ellos. Los libros que leían eran libritos adaptados a su nivel. En la escuela había una biblioteca grande y preciosa a la que íbamos una vez a la semana para que se llevaran libros para casa, pero además de esta biblioteca había otras dos más para las profes solamente, una con libros muy sencillitos para Infantil y Primero, y otra con libros a partir de Segundo en adelante, hasta Sexto. En estas bibliotecas sólo para las profes había libros organizados por niveles, cada nivel tenía un número, desde el 1 hasta el treinta y tantos o más, no sé cuál sería el nivel más alto porque no me hacía falta saberlo, yo sólo necesitaba libros que llegaban hasta el nivel 25 más o menos, que era el nivel habitual máximo para un alumno de Segundo curso.

En cada nivel de los libros había muchos cuentos diferentes, y varios ejemplares de cada cuento, quizá 10 de cada. ¿Por qué? ¿Para qué? Lo explico ahora.

Como ya dije, a mis alumnos los tenía agrupados por niveles de lectura. Cada día yo intentaba leer con, como mínimo, dos grupitos, por turnos. Cada grupo no podía tener más de 5 niños para poder hacer el trabajo bien. Yo tenía una mesa en forma de media luna con dos bancos corridos enfrente en donde se sentaban los niños. Yo llamaba a un grupito, venían a mi mesa. yo les daba el cuento que íbamos a leer entre ese día y el siguiente día que me tocara trabajar con ellos. Ese cuento lo debían guardar ellos en su cajón, donde guardaban sus materiales, al acabar nuestra sesión juntos, porque lo volverían a utilizar en nuestra siguiente sesión juntos al siguiente día. Los niños iban leyendo de manera individual mientras yo iba escuchando uno a uno durante un ratito y les iba haciendo preguntas individualmente para comprobar su comprensión lectora. A la vez, iba tomando notas acerca de su evolución, de si entendían lo que leían o no, si eran capaces de leer sin dificultades o no, etc. Cuando acababa con un grupito llamaba a otro grupito y hacía lo mismo.

El objetivo de estas mini-sesiones de lectura, como digo, era ayudarles a mejorar su fluidez y su comprensión lectora. Habitualmente dedicábamos dos sesiones para trabajar con un cuentecito. Al acabarlo ellos tenían que hacer una actividad independiente acerca del cuento, un resumen o un dibujito o alguna otra actividad de muchas opciones que teníamos.

A los niños se les evaluaba su nivel lector tres veces al año, se anotaba en qué nivel estaban, en qué número estaban. Se les evaluaba en Septiembre, Febrero y a fin de curso, y se anotaba en un documento el número del nivel en el que estaban en esos tres momentos. El nivel de fin de curso luego se pasaba al siguiente tutor del siguiente curso para que la nueva profe supiera de qué nivel partía cada alumno.

¿Cómo se hacía la evaluación de los niveles lectores de los niños? Cuando llegaba febrero y fin de curso se les daba a leer a cada niño, uno por uno, un librito específico de evaluación, librito que primero leía el niño solo, independientemente, y luego me lo leía a mi. Había un librito para cada uno de los niveles. Junto con ese librito que leía el niño había una ficha con preguntas que yo, como profe, tenía que hacerle al niño. En esa ficha venía el cuentecito en donde yo tenía que anotar los posibles errores lectores. Además, esa ficha tenía preguntas de comprensión que yo debía hacerle al niño y donde yo debía anotar sus respuestas. En función del resultado que me diera esta ficha, combinación de fluidez  y comprensión, el niño se quedaba en ese nivel o podía subir de nivel. A veces algunos niños a la hora de hacer este test de evaluación me llegaban a subir dos niveles de una tacada. Podía darse el caso de que hubieran mejorado mucho en los últimos meses y al evaluarlos se podía comprobar.

Al acabar el curso mis alumnos de Segundo debían estar en un nivel entre 20 y 22 para considerarse que estaban bien, normales para su curso. Evidentemente no todos acababan en ese nivel, la mayoría estaban en torno a esos números, un poquito más arriba o un poquito más abajo, había algunos que estaban en nivel 25, con mucha fluidez y comprensión, y otros acababan el curso en nivel 16, aún flojitos. Con los datos del nivel de fin de curso era con lo que empezaba a trabajar el profe del curso siguiente y era el dato que ponía en la evaluación de septiembre. Si estaba mucho más abajo del nivel que debiera, rondando el nivel 10, se consideraba que ese niño tenía algún problema de aprendizaje y se le estudiaba por el equipo de profes especialistas correspondientes.

Mientras yo iba haciendo lectura con cada grupito de niños los demás iban trabajando de manera independiente, generalmente también por grupos. Desde principio de curso se les iba entrenando a trabajar solos, a ser responsables e independientes de la profe. Lo normal era que trabajaran en parejas, les gustaba más y era práctico porque así se ayudaban. Yo tenía a los niños organizados por grupitos, unos grupos para matemáticas(también según niveles) y otros para lengua. Tenía dos paneles de plástico, uno para mates y otro para lengua, con varias secciones. Cada sección asignada a cada grupo. Y en cada sección de cada grupo les ponía, al empezar el día, las 3 ó 4 actividades diferentes que cada grupo tendría que realizar ese día. Cuando ellos entraban en el aula cada mañana ya podían ver los paneles preparados y ya podían saber lo que tendrían que hacer ese día. La verdad es que estaba muy bien, eso sí, me costó muchos meses de mucho trabajo y pasarlas canutas hasta llegar a organizarme así pero en cuanto le pillé el punto estaba muy satisfecha. Los niños necesitan rutinas y en cuanto esta rutina estuvo organizada apenas requería explicaciones.

A los niños los tenía entrenados para que no vinieran a interrumpirme cuando yo estaba trabajando en mi mesa con algún grupito de niños, sólo podían interrumpir si era una emergencia en plan un niño está herido o se encuentra mal, algo que no puede esperar. Incluso mi niño diabético, el que tenía el aparatito que le pitaba cuando algo iba mal y tenía que ir junto a su enfermera que estaba fuera del aula, cuando el aparato pitaba(un pitido muy tenue) me miraba, yo le miraba, y con eso él ya sabía que yo sabía que él iba a salir del aula. Él tenía autorización para salir a ver a su enfermera cuando hiciera falta, no tenía que pedir permiso, pero sí le había pedido que por favor se asegurara de que yo sabía que había salido del aula, con esa mirada que nos echábamos bastaba.

La verdad es que, en cuanto conseguí pillarle el truco a esta manera de trabajar en grupos, por actividades, por centros, o como quieras llamarle, me encantó. Me gustaba mucho yo poder estar haciendo un trabajo individualizado con un grupito mientras un grupo estaba en la alfombra haciendo un juego, otro grupo en otra alfombra leyendo sus cuentos, otro grupo sentado a las mesas escribiendo algo... Mucho más ameno que todos sentados a la mesa trabajando con un libro, abierto en la página tal, aburrido, monótono y nunca alusivo a los diferentes niveles ni capacidades ni habilidades de los niños.

En Matemáticas hacíamos igual, también trabajábamos por grupitos, porque tenía niños a los que les costaba aún contar hasta 100 y otros que llegaban a 1000, niños a los que las sumas de dos dígitos les costaban aún y otros que sumaban, restaban y empezaban a multiplicar sin ningún problema. Las matemáticas dan mucha opción a juegos así que a menudo cuando trabajaba con ellos en pequeño grupo les explicaba un jueguecito con el que iban a trabajar algo que tenían que practicar, juegos siempre adaptados a su nivel. Luego esos juegos los almacenaban en unas cajas según sus niveles y así cuando se les asignaba que jugaran a un juego podían ir a su caja respectiva de su nivel a jugar un juego apropiado a su nivel. Cuando jugaban habitualmente ponía a tres parejitas jugando tres juegos diferentes, que ellos escogían, de su nivel. La zona de estos juegos era una alfombra grande que teníamos, con un mapamundi. Para evitar que estuvieran demasiado cerca unos de los otros les asignaba un lugar en el mapa donde sentarse a jugar: fulano y mengano a Australia, pepito y manolito a Rusia, fulano y zutano a Sudamérica. Así aprendían un poco de geografía y de paso me garantizaba yo una cierta distancia entre ellos aunque luego casi siempre se juntaran los continentes más de la cuenta. ;-)

En este cole, como hay dinero a mansalva, los recursos eran super abundantes. Teníamos cuentos en el aula, juegos de mates y lengua, de vocabulario, de todo. Teníamos también un carrito en cada clase con ordenadores portátiles para cada niño, con una pegatina con su nombre, y wifi. Evidentemente, trabajar con su ordenador era lo que más les gustaba y solía ser una de las actividades a realizar durante el día, mientras trabajaban de manera independiente. Usábamos muchas páginas web de juegos para mates y lengua que estaban muy bien y les gustaban mucho. Eso sí, yo evitaba que utilizaran los ordenadores demasiado tiempo, no más de 20/30 minutos diarios, y no todos los niños cada día. Cada día utilizaba el ordenador un grupito de mates y otro de lengua, e intentaba que no coincidieran los mismos niños de mates y lengua el mismo día para que no tuvieran demasiado tiempo con el ordenador.

El ordenador no sólo lo usaban los niños para jugar, también para buscar información y preparar documentos con la información obtenida. En la escuela el primer año teníamos un blog en cada clase en donde los niños tenían sus propias secciones y donde ellos iban publicando sus cosas. El segundo año la escuela se dio cuenta de que un blog era demasiado público, cualquiera puede acceder, y para respetar la intimidad de los niños se dejó de utilizar. A partir de ese momento los alumnos empezaron a usar Drive, que es un elemento de Google que los adultos empleábamos constantemente y para todo en la escuela. Este es el enlace a mi blog del cole: http://2dqaprimary.blogspot.com/p/websites.html
Ahí se ven las páginas web que usábamos y también algo del trabajito que hacían los niños.

Yo jamás había utilizado Drive, ni sabía que existía. En Qatar me hice un cursillo intensivo de él, qué remedio. En todas las reuniones de las profes siempre teníamos que llevar nuestros ordenadores (prestados por la escuela) y siempre teníamos que abrir archivos que estaban en Drive en los que contribuíamos todos a la vez. Nunca había usado Drive y me acabé enamorando de Drive, ahora lo uso todo el tiempo para todo.

En el segundo año mis alumnos también empezaron a usar Drive, ¡niños de Segundo usando Drive! Vino unas cuantas veces una profe de tecnología a la clase a explicarles bien cómo funcionaba cada cosita que iban a utilizar en Drive, una cosa de cada vez. Primero les explicó cómo abrirlo, cómo crear un documento y cómo ponerle título, poco más. Con esa información ellos podían redactar en un documento algo que hubiesen aprendido. Otro día aprendieron a hacer una presentación, con fotos y texto, con el que hicieron varias páginas acerca del espacio y los planetas.

Durante el curso iban añadiendo archivos a sus Drive, cada uno lo suyo, unos más archivos, otros menos, unos más completos, otros menos. Hacia fin de curso los niños tuvieron que escoger un número determinado de sus documentos realizados, sus favoritos, para enseñárselos a sus padres porque a fin de curso un día venían los padres a que sus hijos les mostraran sus trabajos, sus portfolios en internet, de manera personal. Unos niños tenían mucho trabajo realizado, y muy bueno. Otros niños tenían poco trabajo y muy flojito o inacabado. Esto servía para que sus padres vieran la realidad de sus hijos, para que vieran cuánto habían trabajado. Evidentemente, algunos padres se iban encantados porque habían visto trabajos magníficos, y los había, sorprendentemente magníficos para unos niños tan pequeños (me vienen a la mente un@s cuant@s niños muy brillantes). Y evidentemente, otros padres se daban de bruces con la realidad de sus hijos que no daban el nivel por unos motivos o por otros. Esto también les servía a los niños de auto-evaluación, especialmente a los que no tenían buen trabajo, porque cuando les llegó el momento de escoger sus mejores archivos para mostrar a sus padres fue cuando se dieron cuenta de que no habían hecho suficientemente buen trabajo, unos por vagancia y otros porque les costaba. Supongo que al año siguiente se lo currarían más.

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